Al principio era el silencio y la oscuridad
en un vacío dulce del no ser,
en un estado suave de inconsciencia,
en un nirvana del espíritu.
Pero dijo Dios “que suene”
y sonó el despertador.
Y con el retumbo de su timbre vino el deslumbre de su luz
y dijo Dios “que empiece el lunes”
y el lunes empezó.
Ojos hinchados,
ojos suplicantes,
ojos desbordantes de esa angustia que mana
en lo más recóndito del alma y grita:
“¡¡No quiero, no quiero!!”
Y su risa, desde algún lugar inexpecífico,
paternál, responde: “¿Como que no quieres?”.
Escucho su risa, se que está de broma,
que todo esto es obra suya:
la rebelión de los objetos,
la desobediencia de mi cuerpo,
la distorsión cuantica de la realidad
-¡¡Dios ¿Que hago yo aquí?!!-.
El agua sale fría,
no hay camisas planchadas.
-¡¡Dios, por favor, un café, un café!!-.
Y en su divina providencia me concede
una taza del que sobró de ayer.
Corro, corro, corro
como ratoncillo de laboratorio,
de la cocina al baño,
del baño al dormitorio,
y otra vez vuelta al baño,
y luego al comedor,
y otra vez más a la cocina.
Sin encontrarle escape
a este angustioso laberinto que me lleva
desde mi dulce cama
a la fría parada de autobus.
Pero no ha de tardar
que obtenga mi venganza.
Por mucho que se ensañe y me maltrate,
yo,
a este lunes,
como a todos los lunes,
¡Yo!
¡Le veré agonizar!
© Juan Jose Ayuso Martínez